En el mes de mayo de 2016 empezó a hacerse realidad una idea que venía acompañándome desde hacía años. Si vuelvo la vista atrás recuerdo un dibujo de infantil que representaba a una Virgen negrita y también conversaciones entre nosotros en las que salía la frase tan típica de “algún día lo haremos”. Aunque primero tendríamos que empezar a contar por lo más cercano: un barrio a tan sólo cinco minutos de nuestras casas en coche.
Durante los años de colegio y universidad, la colaboración con los menos favorecidos, por ambos, fue activa. En Sevilla no hay un colegio de Jesús-María como los conocidos tradicionalmente por tanto no pudimos ser antiguos alumnos de Jesús-María. No obstante, de una forma u otra, Jesús-María llegó a nosotros: “La tarde colorá”, “Proyecto Al-bikar”, “Colonias de verano”, “Escuela Infantil”, ”Proyecto Maparra”… nuestras experiencias en estos proyectos y los estudios universitarios finalizados eran la unión perfecta para dar el salto a un voluntariado, con otras exigencias, como bien nos recomendaron
Como decía, en el mes de mayo de 2016, nos hablaron de Haití, una pequeña isla del caribe muy castigada por los fenómenos meteorológicos. Sin embargo, pronto nos cambiaron de destino y nos hablaron de un país que apenas situábamos en el mapa y que poco sabíamos de él: Guinea Ecuatorial, en concreto nuestra querida Ebibeyín, ciudad frontera con dos países: Gabón y Camerún.En el momento que tuvimos concertado el vuelo, ya no había marcha atrás, ya nos íbamos. Las dudas, las preguntas, la incertidumbre, se agolpaban en nosotros y, cómo no, en nuestras familias. Tras muchos, pero muchos correos, idas y venidas a organizaciones oficiales y citas con varios médicos, conseguimos hacernos una idea de lo que realmente necesitaríamos en los tres meses que permaneceríamos allí. El “hacernos una idea” inicial fue simplemente para “poder aterrizar” en el país, porque una vez estás allí, la maleta la cambiarías completamente.Cuando nos preguntaban qué echábamos de menos o qué fue aquello a lo que más nos costó acostumbrarnos, nuestra respuesta siempre era la misma: nada. No teníamos tiempo de pararnos a pensar, a pesar del ritmo de vida, y bueno, los días sin luz o sin agua o sin lavadora o sin internet o sin… pensabas que era una experiencia más y que estábamos aprendiendo de ella. Lo más complicado fue volver a nuestro país, a casa ¡Que diferencia el día a día! La gran suerte que tenemos en gestos que son insignificantes para nosotros. El día del regreso llegó y tocóvolver.
Así surgió lo que llamamos el “Proyecto Gallina’” Otra manera de seguir allíLa experiencia, como ya muchos sabéis, ha sido increíble. No nos cansamos de hablar, recordar y volver a vivir a base de fotos y videos. Parece mentira cómo pasa de rápido el tiempo, en estos días hace un año que ya estábamos allí. Las personas que nos acompañaron en el día a día nos lo hicieron realmente fácil. Rápido nos acostumbramos a la realidad de allí, clima, costumbres, horarios, ritmo…Regresamos con muchas ganas de contar y que nuestras familias y amigos pusieran cara a todas esas personas que nos habían acompañado durante estos meses. Poco a poco, al ver lo que nos decían y nos preguntaban, fuimos conscientes que solo al vivirlo entiendes todo y que lo que habíamos vivido era algo único. Algunas de las dificultades que vimos allí, aquí eran sencillas y fáciles de solucionar. Éramos conscientes que teníamos que volver a nuestras obligaciones, pero también podíamos seguir colaborando desde aquí y de alguna manera prolongar nuestro voluntariado, nuestra presencia allí. Las personas más cercanas nos animaron, apoyaron y se implicaron…